Iniciamos el recorrido por la ciudad desde el paseo marítimo y a los pies del monumento erigido en memoria del arzobispo José Domingo Costa y Borrás, insigne vinarocense, que alcanzó el obispado de Barcelona en 1850 a petición de la reina Isabel II.
La imagen original, esculpida en bronce en 1917 por el prestigioso escultor Josep Portells, primera medalla del Concurso Nacional de Escultura, fue destruida y reemplazada tras la Guerra Civil por esta figura solemne y de gran realismo que, con vestiduras talares y en actitud de bendición, ocupa lugar destacado frente al mar, sobre una escalinata de cuatro ángulos.

monumento a Costa y Borrás
Y es que Vinaroz le debe a este ilustre y polifacético personaje, poseedor de las cruces de Isabel la Católica y de Carlos Tercero, la construcción de su puerto, considerado enclave estratégico para el comercio marítimo del Mediterráneo durante los siglos pasados.
Era tal el amor de Costa y Borrás por su villa que en su recuerdo mandó plantar cepas en el huerto del Palacio del Arzobispado de Tarragona y rodearlos de romero y tomillo, plantas típicas de la Sierra del Puig, para estar cerca de la montaña del Santuario de San Sebastián. Desde este mismo punto y no muy lejos, divisamos el puerto pesquero de Vinaròs.
El actual puerto y la lonja representan al entonces gran espacio de intercambio de mercancías y centro de negocio ideado por Costa y Borrás, que aportó a la ciudad una gran época de prosperidad y bonanza económica.

lonja de vinaros
El comercio de exportación e importación de vino, sal, madera, trigo, harina, cacao, esparto y lana convirtió a Vinarós en una de las ciudades más importantes del comercio por mar, uniendola así con el resto de Europa y América.
Blanco de piratas berberiscos por sus excelentes conexiones, Vinarós junto al resto de la comarca, constituyó además uno de los principales centros de producción de vinos del Reino de Valencia, que con la actividad industrial asociada a la construcción de navíos, carros y toneles y la próspera industria sedera, propició un período de prosperidad de la villa, situación que se mantuvo hasta finales del siglo XIX, sin más paréntesis que las ocupaciones francesas y carlistas.
Poco queda ahora de aquel espacio portuario construido en la playa de la Magdalena y de la primera piedra colocada el 9 de febrero de 1866. El muelle fue inaugurado en 1875 y diez años más tarde estrenaba la prolongación del fondeadero, ampliado a consecuencia del intenso tráfico marítimo y de la gran actividad comercial. El espacio contaba además con unas amplias atarazanas donde se construían grandes navíos y embarcaciones que hacían el cabotaje hasta Marsella, Cádiz y los puertos de la Europa atlántica.
En la actualidad, el puerto se encuentra en el mismo lugar y está resguardado por un muelle paralelo de poniente situado hacia el oeste y uno transversal de Levante en el este.
El puerto cuenta además con una amplia flota pesquera de antigua tradición.
Sin embargo, las materias primas transportadas en los primeros años de vida han sido reemplazadas por capturas de pescados y mariscos como el rape o el langostino, que son subastados diariamente en la lonja. Sin duda, desde siempre la vida de Vinarós ha girado en torno al mar, no sólo como eje económico, sino como motor de vida.
Si avanzamos sin perder de vista el mar y en dirección opuesta a la lonja, a pocos metros podemos adentrarnos en el centro urbano de la ciudad e iniciar el recorrido por sus calles y edificios históricos desde la plaza San Agustín. El segundo punto a visitar es el mercado, que podrá localizarlo fácilmente en el mapa de ruta.